Abrimos la oportunidad a todos los sportinguista a publicar en este blog de la Peña 'El Brujo' todos aquellos escritos que redacten sobre nuestro club o sobre Enrique Castro 'Quini', socio de honor de esta peña que lleva su apodo futbolístico.
Para iniciar este sector, publicamos el artículo que ha escrito una de las directivas de la peña: Piky
Diez campanadas fueron las que resonaron en la iglesia de San Pedro. En sus pies, el mar rugía con el orgullo de una ciudad que vestía sus mejores galas. Diez campanadas. Una por cada año que las lágrimas de miles de aficionados desprendían viendo como se esfumaba el tren a la división de oro del fútbol español para el equipo gijonés. Pero al final, como en toda buena película y sin guión premeditado, el final ha sido feliz. El Real Sporting regresa a Primera División.
Con la mirada perdida y sentado en aquel banquillo que ocupó durante tantas y tantas temporadas, recordaba los mejores momentos del equipo que se había convertido en su vida. Las viejas tribunas del Molinón guardaban el recuerdo del rostro de aquellos miles de desconocidos que componían su familia deportiva, el aire acercaba los cánticos entonados desde el fondo. Aquellas voces que daban el aliento a los jugadores en los malos momentos, que tantas veces habían arropado sus jugadas en las tardes frías de invierno y habían refrescado con sus banderas y bufandas los tragos más duros. Aquel estadio aguardaba como el arcón más antiguo todos sus recuerdos. Las jugadas compartidas con su hermano, los ascensos y descensos que hacían temblar los viejos cimientos del municipal gijonés; las emociones que tatuaban en la piel marcas invisibles pero imposibles de olvidar.Sólo, sentado en el banquillo del equipo local lograba meditar. Cerrar los ojos y olvidar por unos instantes quién era para integrarse en esa esfera de desconocidos donde nadie sabe de nadie, en esa soledad que inunda las grandes ciudades en las que entre el revuelo y el stress gobierna la tranquilidad personal. Temía abrir los ojos y no ver la imagen del estadio vacío, imponente en el tiempo. Olvidar todo lo que había ocurrido entre aquellas gradas, pensar que nada de lo que recordaba había sido verdad. Y abrió los ojos, para dejar de soñar y ante él permanecían los asientos vacíos que vestían un césped espectador del vuelo de una paloma. También allí era donde él debería volver a alzar su vuelo, continuar con la vida digna de un Brujo.
Sería un día largo. Como al inicio de un partido, el pitido de un silbato esta vez en el interior del estadio indicó el inicio de una nueva jugada en el momento que le tocaba vivir. Frente a la soledad que reinaba en el Molinón, las instalaciones deportivas de Mareo acogían a miles de aficionados que como él sentían estremecerse el corazón. Había sed de victorias y ansia por celebrar un ascenso, o dos, y todo ello se dejaba notar en el ambiente.
Arropado por los suyos y entre los aplausos de los seguidores, logró entrar en el campo y disfrutar de un partido que sin más jugo que el ofrecido por un humilde empate daba la primera alegría a la afición sportinguista. El equipo filial volvía a Segunda División B, sirviendo la fiesta como aperitivo para lo que vendría después.
En la playa de San Lorenzo el mar también celebraba el primer ascenso del equipo gijonés. Al compás de las olas en su chocar con las piedras que sostienen la iglesia, miles de corazones latían al unísono, gritando en silencio repetir aquella tarde de junio el partido y la alegría vivida con los 'yogurines' de Mareo. Y estallaron, todos ellos. Con el inicio de cada cántico de la grada una ola rompía con fuerza dando libertad a la espuma blanca que asomaba por el muro como fuegos artificiales. Era el inicio de un final. El broche final para toda una década de sufrimiento en segunda división y el inicio de una nueva era.
!Ahora, ahora, ahora Quini ahora! La afición no olvida. No puede borrar de la memoria las jugadas de un joven jugador que llegado del Ensidesa vestía los colores de un equipo que ganaría el respeto de todos los campos de España, un Matagigantes que comenzaba a desperezarse en las botas de aquel jugador del Sporting.
Ya no se veían en el Molinón los saques de esquina tan peligrosos como cuando él los realizaba. El viejo estadio hacía tiempo que no era escenario de jugadas gloriosas y dignas para el recuerdo de todo aficionado al fútbol. Pero en la retina y en el corazón de todo sportinguista, continúa viva la imagen de Quini vestido con los colores del equipo gijonés y celebrando los goles, muchos con su hermano, Castro. Era la brujería de un Brujo que nunca se olvidó de su equipo ni su equipo de él, por eso, aquella tarde de junio fue protagonista, él y los jugadores que llevaban al equipo a Primera División.
Se cumple un sueño: el ascender a Primera División 10 años después de aquella funesta caída, casi en picado. Un ascenso puede ser la cura de una enfermedad, psicológica no obstante. Una situación increíble aún hoy para muchos que lo llevan deseando tanto tiempo, que han dejado sus voces en las gradas del Molinón, que han vertido su tiempo al equipo, para todos ellos que dedican su vida al Sporting. A partir de agosto ese sueño se verá más como la realidad que ya es y no como algo imaginario; pero para algunos, los que hoy vivimos en Gijón y en todos aquellos rincones donde late el corazón de un sportinguista, el sueño debe finalizar ya: estamos en Primera y nos toca ser los guionistas de un Sporting que seguirá respirando por aquellos que lo han dado todo por él.
Quini, va por ti